EL DÍA QUE EL SR. COMPUTADORA
SE CAYÓ DE SU ÁRBOL
Philip K. Dick. Textos Impares 31/03/08
Despertó, y sintió de golpe que algo estaba aterradoramente mal. Oh, Dios mío, pensó mientras se percataba que el señor Cama lo había depositado hecho un ovillo en un montón desordenado contra la pared. Está comenzando de nuevo, se dio cuenta. Y el Directorio Oeste nos prometió infinita perfección. Esto es lo que conseguimos, pensó, por creer lo que dicen simples humanos.Como mejor pudo, logró desembarazarse de sus sábanas, se levantó tembloroso y cruzó la habitación rumbo al señor Armario.
—Quisiera un elegante traje cruzado, gris zapa —le informó, hablando crispadamente al micrófono sobre la puerta del señor Armario—. Una camisa roja, calcetines azules, y...
Pero fue inútil. La ranura ya estaba vibrando mientras un par de grandes bombachos de seda para mujer estaban deslizándose hacia fuera.
—Tienes lo que ves —dijo la metálica voz del señor Armario, llegando hasta él con un eco profundo.
Con ánimo sombrío, Joe Contemptible se puso los bombachos. Al menos era mejor que nada, como aquel día, en el Terrorífico Agosto, cuando la vasta computadora poli encefálica en Queens les había dado a todos, en la Más Grande América, nada más que un pañuelo para usar.
Dirigiéndose al baño, Joe Contemptible lavó su cara, y encontró que el líquido que estaba rociando sobre sí mismo era tibia cerveza de raíz. Cristo, pensó. Esta vez el señor Computadora está mucho más loco que nunca antes. Ha estado leyendo cuentos de ciencia ficción del viejo Phil Dick, decidió. Esto es lo que ganamos por proveer al señor Computadora con toda clase de basura arcaica del mundo, para que lea y almacene en sus bancos de memoria.
Terminó de peinar su cabello, sin hacer uso de la cerveza de raíz, y luego, habiéndose secado, entró en la cocina para ver si el señor Cafetera tenía al menos un fragmento de cordura en una realidad que estaba deteriorándose completamente a su alrededor.
No tuvo suerte. El señor Cafetera le presentó servicialmente una taza con jabón. Bien, ¿qué le vamos a hacer?
El problema real, sin embargo, llegó cuando trató de abrir al señor Puerta. El señor Puerta se negó a abrir; en lugar de ello se quejó con un sonido metálico:
—Los caminos de la gloria no conducen sino a la tumba.
—¿Y eso qué significa? —demandó Joe, enojado ahora. Esta situación absurda ya no tenía gracia. Nunca la había tenido en circunstancias similares con anterioridad, excepto, quizá, cuando el señor Computadora le había servido para el desayuno faisán asado.
—Significa —dijo el Sr. Puerta— que estás perdiendo tu tiempo, desgraciado. De ninguna manera vas a ir a tu oficina hoy.
[...] Extracto.
Devendra Banhart - London, London
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