domingo, 28 de junio de 2009

¡Fuera de Aquí!



¡Fuera de Aquí!

Fredric Brown.


Daptina es el secreto de todo. Primero la llamaron Adaptina; luego la abreviaron, convirtiéndola en Daptina. Nos permitió adaptarnos.

Esto nos lo explicaron cuando teníamos diez años; creo que pensaron que éramos demasiado niños para entenderlo antes de esa edad, a pesar que ya estábamos bien enterados. Lo sabíamos desde que nos desembarcaron en Marte.

—Éste será vuestro hogar, niños —nos dijo nuestro maestro cuando hubimos penetrado en la cúpula de glasita que nos habían construido allí. Y nos anunció que aquella noche teníamos que asistir a una importante conferencia que se daba en nuestro honor.

Y aquella misma noche ya nos lo contó todo, con sus porqués y sus cómos. Nos lo dijo todo de pie ante nosotros, vistiendo un traje del espacio provisto de casco y calefacción, porque la temperatura que reinaba en la cúpula era agradable para nosotros, pero para él era helada. Además, la atmósfera era demasiado tenue para sus pulmones. Su voz nos llegaba a través del aparato de radio portátil que llevaba su casco.

—Muchachos —nos dijo— considérense en vuestro hogar. Están en Marte, el planeta donde a partir de ahora pasarán el resto de vuestra vida. Considérense marcianos. Han vivido cinco años en la Tierra y otros cinco en pleno espacio interplanetario. Ahora pasarán diez años, hasta que sean mayores de edad, en esta cúpula, aunque hacia el fin de este período se les permitirá pasar momentos cada vez más largos en el exterior.

»Entonces saldrán para construir vuestros hogares y vivir vuestras vidas como verdaderos marcianos. Contraerán matrimonio entre ustedes mismos y vuestros hijos ya nacerán marcianos.

»Ya es hora que les cuente la historia de este gran experimento, del cual cada uno de ustedes es parte integrante.

Y entonces nos la refirió. Éstas fueron sus palabras:

—El hombre —nos dijo—, llegó por primera vez a Marte en 1985. Comprobó que en el planeta rojo no existía vida inteligente (hay abundante vida vegetal y algunas clases de insectos ápteros) y se comprobó que no era habitable para los seres humanos. El hombre sólo podría sobrevivir en Marte residiendo en el interior de cúpulas de glasita y revistiendo trajes del espacio cuando quisiera abandonarlas para recorrer el exterior. Únicamente durante el día y en la estación más cálida, la temperatura le resultaba soportable. La atmósfera era demasiado tenue y una larga exposición al sol (las radiaciones solares peligrosas atravesaban con mayor facilidad aquella atmósfera, menos densa que la terrestre), podía serle fatal. Las plantas no eran comestibles debido a su extraña composición química y ello le obligaba a traer víveres desde la Tierra o establecer cultivos hidropónicos.

Durante cincuenta años el hombre trató de colonizar Marte, pero todos sus esfuerzos se estrellaron contra la naturaleza hostil del planeta. Además de aquella cúpula que había sido construida para nosotros, sólo había otro puesto avanzado, otra cúpula de glasita mucho más pequeña que se encontraba a poco más de un kilómetro.

Parecía como si el hombre no hubiese de poder extenderse jamás hacia los otros planetas del Sistema Solar pues, de todos ellos, Marte era el menos inhóspito; si no podía vivir allí, sería perder el tiempo tratar de colonizar los restantes.

Hasta que en 2034, es decir hace treinta años, un eminente bioquímico llamado Waymoth, descubrió la daptina. Una droga milagrosa cuyos efectos se dejaban sentir no sólo en el animal o la persona a quien se le suministraba, sino a los descendientes que dicho animal o persona engendraba durante un período limitado después de la inoculación.

El producto proporcionaba a los descendientes una adaptabilidad casi ilimitada a las más diversas condiciones ambientales, a condición que los cambios se realizasen gradualmente.

El Doctor Waymoth inoculó la droga a una pareja de conejillos de Indias, macho y hembra; de estos nacieron cinco crías y poniendo a cada una de ellas en medios distintos que poco a poco iban cambiando, el sabio obtuvo resultados sorprendentes. Cuando los cinco miembros de la camada alcanzaron la edad adulta, uno de ellos vivía cómodamente bajo una temperatura constante de cuarenta grados bajo cero; otro, en cambio, se encontraba muy a sus anchas a sesenta y cinco grados sobre cero. Un tercero medraba perfectamente con un régimen que hubiera sido mortal para un conejillo de Indias ordinario, mientras que un cuarto estaba muy satisfecho bajo un bombardeo constante de rayos X que hubiera matado a uno de sus progenitores en pocos minutos.

Los experimentos que luego se realizaron con otras camadas demostraron que los animales que se habían adaptado a condiciones similares se reproducían perfectamente y que su progenie se hallaba acondicionada desde su nacimiento para vivir bajo aquellas condiciones.

—Hace diez años, es decir diez años después de lo que les he contado —nos dijo el maestro— nacieron ustedes. Nacieron de padres cuidadosamente seleccionados entre los que se ofrecieron voluntarios para el experimento. Y desde el día de vuestro nacimiento los hemos criado en condiciones cuidadosamente reguladas y sometidas a cambio gradual.

»Desde el día en que vinieron al mundo el aire que han respirado se ha ido haciendo cada vez menos denso y su contenido de oxígeno se ha ido reduciendo. Vuestros pulmones han compensado esta disminución con un aumento notable en su capacidad, lo cual explica que vuestro tórax sea mucho más amplio que el de vuestros maestros y asistentes; cuando alcancen la plena madurez y respiren la atmósfera de Marte, la diferencia será aún más apreciable.

»Vuestros cuerpos comienzan a cubrirse de vello, como defensa contra el frío creciente. Ahora se encuentran muy bien bajo condiciones que serían fatales para seres humanos ordinarios. Desde que tenían cuatro años de edad vuestras niñeras y maestros han tenido que protegerse especialmente ante unas condiciones que a ustedes les parecen normales.

»Dentro de ocho o diez años, cuando alcancen la mayoría de edad, ya estarán completamente aclimatados a Marte. Su atmósfera les parecerá normal; sus plantas constituirán vuestro sustento. Soportarán fácilmente los rigores de su clima y sus temperaturas medias les resultarán agradables. Como ya han permanecido cinco años en el espacio bajo los efectos de una gravedad cada vez menor, la gravedad marciana les parece completamente normal.

»Marte será vuestro planeta, en el que crecerán y se multiplicarán. Son hijos de la Tierra, pero también son los primeros marcianos dignos de este nombre.

Nosotros, naturalmente, ya estábamos enterados de muchas cosas.

El año anterior fue el mejor. El aire que llenaba la cúpula —con excepción de las partes con aire acondicionado donde vivían nuestros maestros y asistentes— era casi igual al exterior, y cada vez nos dejaban pasar períodos más largos fuera de la cúpula. Nos gustaba estar al aire libre.

Durante los últimos meses se mostraron menos rigurosos en lo tocante a la separación de los sexos para que pudiésemos comenzar a escoger pareja, si bien nos dijeron que no autorizarían uniones hasta después del último día, cuando ya nos hubiesen dado de alta, por así decir. La elección no fue difícil en mi caso. Ya la había hecho desde mucho antes y estaba seguro que ella compartía mis sentimientos. Acerté.

Mañana será el día de nuestra libertad. Mañana seremos marcianos, los marcianos. Mañana el planeta pasará a nuestras manos.

Entre nosotros, algunos apenas podían dominar su impaciencia, pero se impuso el buen sentido y nos dispusimos a esperar. Hemos esperado veinte años y podemos esperar un día más.

Hasta mañana.

Mañana, a una señal dada, mataremos a nuestros maestros y a todos los terrestres que se encuentran entre nosotros, antes de salir al exterior. Como ellos no sospechan nada, la tarea será fácil.

Hemos disimulado durante años enteros. Ellos no se imaginan cómo les odiamos. No saben qué repugnantes y desagradables les encontramos, con sus cuerpos feos y deformes, de hombros estrechos y pechos hundidos, con sus voces débiles y sibilantes que tienen que ser amplificadas para oírse en nuestra atmósfera marciana, y sobre todo con su epidermis blanca, pastosa y lampiña.

Les mataremos y luego iremos a destruir la otra cúpula, para que perezcan todos los terrestres que viven allí.

Si vienen más terrestres para castigarnos, viviremos en las montañas, donde ellos nunca podrán encontrarnos. Y si tratan de construir más cúpulas, también las destruiremos. No queremos saber nada con la Tierra.

Éste es nuestro planeta y no queremos forasteros.



¡Fuera de aquí!



[ F I N ]



Título Original: Keep Out © 1954

lunes, 22 de junio de 2009

El Hacedor de Lunas

Extracto de EL HACEDOR DE LUNAS - Robert W. Chambers

He escuchado lo que los Conversadores conversaban: la conversación
Del principio y el fin;
Pero yo no converso del principio y el fin.

Esto es, pues, todo lo que sé acerca de Yue-Laou y el Xin. No temo el ridículo a que puedan exponerme los científicos o la prensa, porque he dicho la verdad. Barris se ha ido y la cosa que lo mató vive hoy en el Lago de las Estrellas mientras que sus arácnidos satélites rondan por los bosques del Cardenal. La caza ha huido, los bosques alrededor del lago se han vaciado de criaturas vivientes, salvo los reptiles que se arrastraban cuando el Xin se mueve en las profundidades del lago. El general Drummond sabe lo que ha perdido con Barris, y nosotros, Pierpont y yo, también lo sabemos.

Encontramos su testamento en el cajón del que me había dado la llave.
Estaba envuelto en un papel en el que había escrito:

Yue-Laou, el hechicero, se encuentra aquí en los bosques del Cardenal. Debo
matarlo o, de lo contrario, él me matará a mí. Él hizo y me dio la mujer que amé... El
la hizo -yo lo vi-; la hizo con un capullo de loto acuático de color blanco. Cuando
nació nuestra hija, se presentó de nuevo ante mi y me exigió la devolución de la
mujer que amaba. Entonces, cuando me negué, se fue, y esa noche mi esposa y mi
hija desaparecieron de mi lado y encontré en la almohada de ella un capullo de loto
blanco. Roy, la mujer de tu sueño, Ysonde, quizá sea mi hija. Dios te asista si la
amas, porque Yue-Laou da... y quita, como si fuera Xangi, que es Dios. Mataré a
Yue-Laou antes de abandonar este bosque... o él me matará a mí.
FRANKLYN BARRIS

domingo, 7 de junio de 2009

Canción de Cassilda en El Rey Amarillo



Dejemos que el rojo amanecer conjeture
lo que debemos hacer
cuando esta luz estelar azul muera
y todo haya terminado.

Robert W. Chambers, El Signo Amarillo.



Extracto de "Más Luz", Por James Blish
Canción de Cassilda en El Rey Amarillo, Acto I, Escena 2


A lo largo de la orilla rompen las olas nubosas,

Los soles gemelos se hunde tras el lago,

Las sombras se alargan

En Carcossa.

Extraña es la noche donde se alzan las estrellas negras,

Y extrañas lunas trazan su camino en el cielo,

Pero lo más extraño de todo es

La perdida Carcossa.

Las canciones que las Híades cantarán,

Allá donde aletean los harapos del rey,

Deben morir sin ser oídas

En la oscura Carcossa.

Canciones de mi alma, mi voz está muerta,

Morid sin ser cantadas, mientras mis lágrimas no derramadas

Se secan y mueren en

La perdida Carcossa.