viernes, 27 de marzo de 2009

LAS CORTAS Y FELICES VIDAS DE EUSTACE WEAVER III


LAS CORTAS Y FELICES VIDAS DE EUSTACE WEAVER III
Fredric Brown



Cuando Eustace Weaver inventó su máquina del tiempo, sabía que tendría al mundo en un puño, mientras mantuviera la invención en secreto, porque jugando a las carreras y a la bolsa se haría fabulosamente rico en muy poco tiempo. El único problema era que estaba totalmente arruinado.
De pronto recordó la tienda en la que trabajaba y la caja de caudales que operaba con una cerradura de tiempo. Pero una cerradura de tiempo no sería problema para quien tuviera una máquina del tiempo.
Se sentó, a pensar, en el borde de la cama. Metió la mano en el bolsillo para sacar un cigarrillo y, al hacerlo, sacó también un puñado de billetes, ¡billetes de diez dólares! Buscó en los demás bolsillos y encontró dinero en todos. Lo reunió en la cama, lo contó y resultó que tenía, aproximadamente, mil cuatrocientos dólares.
De pronto se dio cuenta de lo ocurrido y río alegremente... Había ido hacia adelante en el tiempo y había vaciado la caja de caudales del supermercado, empleando la maquina para retornar al punto en que planeaba el robo. Y dado que el atraco aún no había ocurrido en el tiempo normal, todo lo que tenía que hacer era largarse del pueblo y estar a mil millas de distancia de la escena del robo, cuando este ocurriera.
Dos horas más tarde estaba en un avión con destino a Los Angeles, hacia el hipódromo de Santa Anita, sumido en sus pensamientos. Algo sobre lo que no había pensado antes era el hecho aparente de que, cuando diera un salto al futuro y regresara no recordaría nada de lo que todavía no había sucedido en realidad.
Pero el dinero regresó con él. Por tanto, también sucedería lo mismo con notas y apuntes o publicaciones sobre carreras de caballos o las páginas de finanzas de los diarios. No tendría problemas.
En Los Angeles tomó un taxi y se hospedo en un buen hotel. Ya era bastante tarde y decidió aguardar hasta el día siguiente para dar un salto al futuro, así que, por el momento, se metió en la cama y durmió hasta casi el mediodía.
El taxi se detuvo en un embotellamiento en la autopista y no llegó al hipódromo de Santa Anita hasta que la primera carrera no hubo terminado, pero alcanzó a ver el número del ganador en el tablero y lo anotó en su programa. Vio cinco carreras más sin apostar, anotando los ganadores cuidadosamente, y no se molestó con la última carrera. Abandonó la tribuna y se deslizó bajo ella, buscando un sitio aislado donde nadie pudiera verlo. Colocó el dial de la máquina dos horas antes y oprimió el botón.
Nada ocurrió. Probó nuevamente, con el mismo resultado, y entonces una voz a su espalda le dijo:
- No funciona. Hay un campo que lo desactiva.
Se volvió y junto a él se encontraban dos jóvenes altos y esbeltos: uno era moreno y el otro rubio y ambos tenían una mano en el bolsillo, en actitud de empuñar un arma.
- Somos de la Policía del Tiempo - informó el rubio - del siglo XXV. Venimos a sancionarle por uso ilegal de una máquina del tiempo.
- P-p-pero - tartamudeo Weaver - c-cómo puede saber que la carrera estaba... -. Su voz se hizo más firme -: Además, no he hecho todavía ninguna apuesta.
- Es verdad - asintió el rubio -. En cualquier caso, cuando encontramos un inventor de una máquina del tiempo usándola para ganar cualquier clase de juego, le advertimos la primera vez. Pero hemos investigado y averiguado que el primer uso que hizo usted de ella fue para robar dinero de una tienda. Y eso es un crimen en cualquier siglo -. Sacó de su bolsillo algo que se parecía vagamente a una pistola.
- No intentarán... - protestó Eustace, retrocediendo.
- Por supuesto que si - aseguró el joven rubio, y accionó el gatillo. Fue el fin de Eustace Weaver.




[ F I N ]

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