LAS CORTAS Y FELICES VIDAS DE EUSTACE WEAVER II
Fredric Brown
Cuando Eustace Weaver inventó su máquina del tiempo sabía que tendría el mundo en un puño, mientras mantuviera el secreto. Todo lo que tenía que hacer para hacerse rico era llevar a cabo breves viajes al futuro, para ver que caballo ganaría en las carreras y que acciones subirían y después regresar y apostar a esos caballos o comprar esas acciones.
Los caballos serían los primeros, pues requerían menos capital aunque el no tenía ni siquiera dos dólares que apostar por no mencionar el coste de los pasajes de avión hacia el hipódromo más cercano.
Pensó en la caja fuerte del supermercado donde trabajaba como empleado en el almacén. En la caja habría por lo menos diez dólares y tenía una cerradura de tiempo. Una cerradura de tiempo sería un juego de niños para una máquina de tiempo.
Así que cuando fue a trabajar aquel día se llevó la máquina del tiempo oculta en un estuche de cámara fotográfica y la dejó en su casillero. Cuando a las nueve cerraron la tienda se escondió en el almacén y esperó una hora hasta estar seguro de que todos se habían marchado. Entonces sacó la máquina y se dirigió a la caja.
Fijó la máquina para un lapso de once horas más tarde, pero entonces pensó en otra posibilidad. Dicho ajuste lo trasladaría a las nueve de la mañana del siguiente día. La caja se abriría entonces, pero también estaría abriéndose la tienda y tendría gente a su alrededor así que, en vez de lo anterior, fijó la máquina para un plaza de veinticuatro horas, asió la palanca de la caja y oprimió el botón de la máquina del tiempo.
Al principio pensó que nada ocurría. Entonces se percató de que la manivela de la caja se movía cuando le dio vuelta y que, por lo tanto, el salto a la noche del siguiente día era un hecho. Y, por supuesto, el mecanismo de tiempo de la caja se abrió en ese transcurso. Abrió la caja y cogió todo el dinero que encontró, guardándolo en todos sus bolsillos.
Antes de salir por la puerta lateral, buscó el pasador que mantenía la caja cerrada por el interior, pero entonces le asaltó un pensamiento brillante. En vez de salir por una puerta hizo uso de la máquina del tiempo, aumentando el misterio al dejar las puertas perfectamente cerradas y regresando al punto donde había ultimado su idea, día y medio antes del robo.
Así, para cuando tuviera lugar el robo, él podía tener una coartada perfecta; estaría en un hotel de la Florida o California, a más de mil kilómetros de la escena del crimen. No pensó antes en la máquina del tiempo como una generadora de coartadas, pero ahora se daba cuenta de que cumplía dicho propósito a la perfección.
Marcó el cero en la máquina y oprimió el botón.
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