lunes, 27 de julio de 2009

Las Ruinas Circulares


LAS RUINAS CIRCULARES

Jorge Luis Borges


Nadie lo vio desembarcar en la anónima noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas.

El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo de mundo visible; la cercanía de los labradores también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la única tarea de dormir y soñar.

Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a mucho siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo.

A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de buen afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistían un poco más. Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador. No lo desconcertó por mucho tiempo la brusca eliminación de los condiscípulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catástrofe sobrevino. El hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la vana luz de la tarde que pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado. Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatía contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse; apenas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil, veteadas fugazmente de visiones de tipo rudimental: inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le quemaban los viejos ojos.

Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendió que un fracaso inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio y buscó otro método de trabajo. Antes de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición de las fuerzas que había malgastado el delirio. Abandonó toda premeditación de soñar y casi acto continuo logró dormir un trecho razonable del día. Las raras veces que soñó durante ese periodo, no reparó en los sueños. Para reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía.

Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor vivencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorceava rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido.

En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo, era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las Criaturas excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviara al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó.

El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a descubrirle los arcanos del universo y del culto del fuego. Intimamente, le dolía apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica dilataba cada día las horas dedicadas al sueño. También rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A veces, lo inquietaba una impresión de que ya todo eso había acontecido... En general, sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: «Ahora estaré con mi hijo». O, más raramente: «El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy».

Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le ordenó que embanderara una cumbre lejana. Al otro día, flameaba la bandera en la cumbre. Ensayó otros experimentos análogos, cada vez más audaces. Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer. Tal vez impaciente. Esa noche lo besó por primera vez y lo envió al otro templo cuyos despojos blanquean río abajo, a muchas leguas de inextricable selva y de ciénaga. Antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje.

Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío. En los crepúsculos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos ritos, en otras ruinas circulares, aguas abajo; de noche no soñaba, o soñaba como lo hacen todos los hombres. Percibía con cierta palidez los sonidos y formas del universo: el hijo ausente se nutría de esas disminuciones de su alma. El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en años y otros en lustros, lo despertaron dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse. El mago recordó bruscamente las palabras del dios. Recordó que de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego era la única que sabía que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por atormentarlo. Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo, pensado entraña por entraña en mil y una noches secretas.

El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero (al cabo de una larga sequía) una remota nube en un cerro, liviana como un pájaro; luego, hacia el Sur, el cielo que tenía el color rosado de la encía de los leopardos; luego las humaredas que herrumbraron el metal de las noches; después la fuga pánica de las bestias. Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Estos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.


[ F I N ]



miércoles, 15 de julio de 2009

Nexus-6



Guión original, traducido al castellano, de Blade Runner

A principios del siglo XXI, la Tyrell Corporation desarrolló un nuevo tipo de robot llamado Nexus. Un ser virtualmente idéntico al hombre y conocido como Replicante. Los Replicantes Nexus-6 eran superiores en fuerza y agilidad y, al menos, iguales en inteligencia a los ingenieros de genética que los crearon. En el espacio exterior, los Replicantes fueron usados como trabajadores esclavos en la arriesgada exploración y colonización de otros planetas. Después de la sangrienta rebelión de un equipo de combate de Nexus-6 en una colonia sideral, los Replicantes fueron declarados proscritos en La Tierra bajo pena de muerte. Brigadas de policías especiales con el nombre de unidades de BLADE RUNNERS tenían órdenes de tirar a matar al ver a cualquier Replicante invasor.



A esto no se le llamó ejecución. Se le llamó retiro.



LOS ÁNGELES
NOVIEMBRE, 2019

[ Despacho de la Tyrell Corporation ]

Intercomunicador: Siguiente individuo: Leon Kowalski, ingeniero, disponible total, sección 5ª, nuevo empleado.

[ Holden espera sentado dentro de su despacho. Alguien llama a la puerta ]

Holden: Adelante.
Intercomunicador: Report to zone A, sector 9. Replication sector, level 9. We have a B-1 security alert. Standby for ID check.
Holden: Siéntese.
Intercomunicador: Replication sector, level 9 - we have a B-1 security alert. Standby for ....
Leon: ¿Le importa si hablo? Me pongo nervioso cuando hago un test.
Holden: Por favor, no se mueva.
Leon: Disculpe. Ya me han hecho .... un test de inteligencia este año. No creí que tuviera que someterme ....
Holden: El tiempo de reacción es primordial. Por favor, ponga atención. Conteste lo más rápido que pueda.
Leon: Muy bien.
Holden: 1-1 8-7 Hinterwasser.
Leon: Ese es mi hotel.
Holden: ¿Qué?
Leon: Donde yo vivo.
Holden: ¿Un sitio bonito?
Leon: Sí, eso creo. ¿Esto es parte del test?
Holden: No, era solo por charlar.
Leon: No es que sea de mi agrado.
Holden: Esta usted en un desierto, caminando por la arena, cuando ....
Leon: ¿Eso ya es el test?
Holden: Sí. Esta usted en un desierto, caminando por la arena, cuando, de repente, ....
Leon: ¿En cuál?
Holden: ¿Qué?
Leon: ¿Qué desierto?
Holden: El desierto que sea. No importa. Es hipotético.
Leon: ¿Y por qué iba a estar allí?
Holden: Quizás porque usted está harto, o quiere estar solo. Quién sabe. Mira hacia abajo y ve a un galápago que se arrastra hacia usted.
Leon: ¿Un galápago? ¿Qué es eso?
Holden: ¿Sabe lo que es una tortuga?
Leon: Claro.
Holden: Pues lo mismo.
Leon: Nunca he visto una tortuga .... pero le comprendo a usted.
Holden: Se agacha usted y pone el galápago patas arriba, Leon.
Leon: ¿Se inventa usted esas preguntas, Sr. Holden, o se las dan escritas?
Holden: El galápago yace sobre su espalda con el estómago cociéndose al sol y moviendo las patas para darse la vuelta, pero sin su ayuda no puede. Y usted no le ayuda.
Leon: ¿Qué quiere decir que no le ayudo?
Holden: Quiere decir que no le ayuda. ¿Por qué es así Leon? [ pausa ] Solo son preguntas, Leon. En respuesta a la suya le diré que me las dan escritas. Es un test hecho para provocar una respuesta emocional. [ pausa ] ¿Quiere que sigamos? [ pausa ] Descríbame, con palabras sencillas, solo las cosas buenas que le vienen a la mente .... a cerca de su madre.
Leon: ¿Mi madre?
Holden: Sí.
Leon: Le voy a hablar de mi madre. [ Leon dispara a Holden repetidas veces ]

[ Corte. Aparece Deckard en la calle leyendo un periódico ]

Dirigible Aéreo: Una nueva vida le espera en las colonias del mundo exterior. La ocasión de volver a empezar en una tierra de grandes oportunidades y aventuras. Un nuevo clima, facilidades de ....


BLADE RUNNER - BSO de Vangelis

lunes, 13 de julio de 2009

El Laberinto Espejo

Radiohead vs Mirror Mask

Temporalmente sólo en HD



Laberinto



No habrá nunca una puerta. Estás adentro
Y el alcázar abarca el universo
Y no tiene ni anverso ni reverso
Ni externo muro ni secreto centro.
No esperes que el rigor de tu camino
Que tercamente se bifurca en otro,
Tendrá fin. Es de hierro tu destino
Como tu juez. No aguardes la embestida
Del toro que es un hombre y cuya extraña
Forma plural da horror a la maraña
De interminable piedra entretejida.
No existe. Nada esperes. Ni siquiera
En el negro crepúsculo la fiera.






Placebo - Protege Moi




El Laberinto



Zeus no podría desatar las redes
de piedra que me cercan. He olvidado
los hombres que antes fui; sigo el odiado
camino de monótonas paredes
que es mi destino. Rectas galerías
que se curvan en círculos secretos
al cabo de los años. Parapetos
que ha agrietado la usura de los días.
En el pálido polvo he descifrado
rastros que temo. El aire me ha traído
en las cóncavas tardes un bramido
o el eco de un bramido desolado.
Sé que en la sombra hay Otro, cuya suerte
es fatigar las largas soledades
que tejen y destejen este Hades
y ansiar mi sangre y devorar mi muerte.
Nos buscamos los dos. Ojalá fuera
éste el último día de la espera.






Textos: Jorge Luis Borges

viernes, 10 de julio de 2009

Monty Python




"La vida de Brian"; ( Life of Brian, 1979). Dirigida por Terry Jones. Guión de Graham Chapman, John Cleese, Terry Gillian, Eric Idle, Terry Jones, Michael Palin.

  • 1
John Cleese: ¿Qué escribes ahí?. “Romanes eunt domus”, ¿gente llamada romanos ir la casa?
Graham Chapman: Dice, “Romanos marchaos a casa”
John Cleese: De eso nada. ¿Cómo se dice romano en latín?. ¡Vamos, vamos!
Graham Chapman: Eh… “romanus”
John Cleese: ¿Qué se declina cómo …?
Graham Chapman: “Anus”
John Cleese: El vocativo plural de “anus” es …
Graham Chapman: “Ani”
John Cleese: Ro-ma-ni (escribe sobre lo escrito por Brian). “Eunt”, ¿qué es “eunt”?
Graham Chapman: Ir.
John Cleese: Conjuga el verbo “ir”.
Graham Chapman: "Ire". Eh …, "eo", "is", "it", "imus", "itis", "eunt".
John Cleese: Luego, ”eunt” ¿es …?
Graham Chapman: Tercera persona del plural del presente de indicativo: “ellos van”.
John Cleese: Pero “romanos marchaos” es una orden, así que hay que usar … (Retuerce la oreja de Brian)
Graham Chapman : ¡El imperativo!
John Cleese: ¿Que es? ...
Graham Chapman: ¡ Aagh, agh “i”, “i”!
John Cleese: ¿Cuántos romanos?
Graham Chapman: Aghh, ¡plural!. “Ite”, “Ite”
John Cleese: I-te. (escribe “Ite”) . Domus”. ¿En Nominativo?. “Marcharse” indica movimiento, ¿no muchacho?...
Graham Chapman: ¡Dativo Señor! (el centurión saca la espada y la coloca en la garganta de Brian)
Graham Chapman: ¡No, no, no, no es dativo, ...ahh!. ¡Acusativo, ...“Domus”! … ¡¡aah, ...Domus!!
John Cleese: Sólo que domus lleva el …
Graham Chapman: ¡Locativo!
John Cleese: Qué es …
Graham Chapman: ¡Domum!
John Cleese: Do-mum. ¿Has comprendido?
Graham Chapman: Sí señor.
John Cleese: ¡Escríbelo cien veces!.
Graham Chapman: Si señor, gracias señor, ¡Ave César!
John Cleese: ¡Ave César¡. Si no está escrito al amanecer, te corto las pelotas.


  • 2
John Cleese: Y a cambio los romanos ¿qué nos han dado?
Judío 1:El acueducto …
John Cleese:¿Qué?
Judío 1:El acueducto
John Cleese: Ah, sí, sí eso sí nos lo han dado, eso es cierto, sí. …
Judío 2: Y el alcantarillado …
Eric Idle: ¡Ah sí el alcantarillado! ¿te acuerdas como olía antes la ciudad?
John Cleese: Si de acuerdo, reconozco que el acueducto y el alcantarillado nos los han dado los romanos
Judío 3: Y las carreteras …
John Cleese: Evidentemente las carreteras, eso no hay ni que mencionarlo, hombre. Pero aparte del alcantarillado, el acueducto y las carreteras …
Judío 4:La irrigación, …
Judío 5:La sanidad, …
Judiío 6: La enseñanza, …
John Cleese: Sí, sí de acuerdo, de acuerdo, …
Judío 7: … y el vino …
Michael Palin: Sí, eso sí que lo vamos a echar de menos si se van los romanos, Reg
Judío 8: Los baños públicos …
Eric Idle: Y ahora se puede salir de noche sin peligro, Reg
Michael Palin: Sí, saben como imponer la ley y el orden. La verdad es que son los únicos que han sabido imponerla.
John Cleese: Bueno pero ... aparte del alcantarillado, la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden público, la irrigación, las carreteras y los baños públicos ¿qué han hecho los romanos por nosotros?.
Judío 9: Nos han dado la Paz.
John Cleese: ¡La paz, …que te folle un pez!


  • 3
Michael Palin: A veg, picago judío
Graham Chapman: Yo no soy judío. Soy romano.
Michael Palin:¿Gomano?
Graham Chapman: No,no,…romano.
Michael Palin: Aaah,¿ con que tu padge ega gomano?. ¿Quién ega?
Graham Chapman: Era un centurión de las fuerzas de Jerusalén
Michael Palin: ¿Ah si?. ¿Cómo se llamaba?.
Graham Chapman: Traviesus Maximus.
John Cleese: Ja ja ja.
Michael Palin: Centuguión tenemos alguien de este nombge en la fuegza?
John Cleese: No señor
Michael Palin: Pagueces muy segugo. Lo has compgobado
John Cleese: Pues, …no señor. Creí que era una broma, como Quasi Meu o … Pijus Magnificus
Michael Palin:¿Qué tiene de gacioso Pijus Magnificus?.
John Cleese: Es un nombre de chiste señor.
Michael Palin: Yo tengo un gan amigo en Goma llamado Pijus Magnificus.
Michael Palin: (a un guardia que contiene la risa) ¡Silencio! ¿Qué insolencia es esta? Acabagas en la escuela de gladiadogues como no mejogues tu compogtamiento.
Graham Chapman: ¿Puedo irme ya señor?
Michael Palin: Vegas cuando Pijus Magnificus se entegue de esto.
(el guardia rie)
Michael Palin: ¡Guagdias,... aguestadlo!
John Cleese: Señor solo, …
Michael Palin: No, no, no. Quiego vegle luchag con fiegas hambguientas esta semana.
John Cleese: Sí señor. Vamos, tu.
Michael Palin: No tolego que se guia de mis amigos la vulgar soldadesca. Alguien más tiene … ganas de cachondeo …cuando hablo de mi amigo … Pijus…Magnificus.
(Otro guardia rie)
Michael Palin: A veg, a veg, tú. ¿Te paguece guisible oigme decig el nombge Pijus … Magnificus?.
Michael Palin: Y además, está casado. ¿Sabéis cómo se llama ella?. Se llama, … Incontinencia … Incontinencia Summa
(Estallan en risas y Brian aprovecha para escabullirse)
Michael Palin: ¡Silencio! ¿Pego que es esto?. Esto es intolegable. Os ogdeno que os dejeis de gueig. Silencio. Silencio. Silencio en la guagdia. Cogedle, cogedle Son ógdenes. Id y cogedle.