
Fredric Brown
Estar casado con una mujer más fuerte que él, más fuerte en todos los sentidos, no sólo era intolerable sino que lo convertía progresivamente, en un indefenso y débil ratón. Su mujer podía ganarle en todo, y lo hacía. Una atleta como era, podía derrotarlo con facilidad en tenis, en golf, en todo. Podía montar y patinar mejor que él; conducir un automóvil con más pericia. Experta en casi todo, le hacía parecer un torpe jugador de bridge, de ajedrez e incluso de póker, al cual jugaba como una consumada profesional. Y lo que era aún peor: gradualmente ella tomó las riendas de sus negocios y asuntos financieros y los llevó a una prosperidad económica que él jamás se hubiera atrevido a imaginar. No existía una sola faceta en la cual su ego, o lo poco que quedaba de él, no hubiera sido lastimado y golpeado durante los años de matrimonio.
Hasta ahora, hasta que Laura llegó. Dulce, delicada y pequeña, Laura estaba de visita en su casa y era todo lo contrario de su esposa: frágil y menuda, adorablemente indefensa y dulce. Estaba loco por ella y sabía que era su salvación. Casándose con Laura sería nuevamente un hombre. Estaba seguro que se casaría con él; tenía que hacerlo, era su única esperanza. Tenía que ganar, no importaba lo que su esposa dijera o hiciese.
Se bañó y se vistió rápidamente, temiendo la próxima escena con su esposa, pero ansioso de afrontarla con el poco valor que le quedaba. Bajó las escaleras y la encontró sola, desayunando en la mesa.
Ella levantó la vista, y comentó:
- Buenos días, querido. Laura ha terminado de desayunar y ha salido a dar un paseo. Le pedí que lo hiciera, para poder hablar contigo a solas.
Bien, pensó él sentándose en el lado opuesto. Su esposa notó lo que le ocurría y trató de facilitar las cosas trayendo el asunto a colación.
- William, quiero divorciarme. Sé que esto será un golpe para ti, pero... Laura y yo nos amamos y vamos a marcharnos juntas, lejos de aquí.
[FIN]
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