LA HISTORIA DEL JUICIO FINAL
Edmund Cooper
Estamos a 31 de agosto de 1965 y mi trabajo ha terminado. Mañana, después de la conferencia de prensa y la cena de despedida y la aparición en la televisión podré, así lo espero, retirarme a una vida plácida y tranquila. Un hombre no puede ser «noticia» durante demasiado tiempo; y en mi caso, el tiempo límite puede ser medido por horas. Después, la notoriedad se convierte en una pesada carga.
El cielo sabe cómo se las arreglan las estrellas del cine y de la televisión para soportarla... o incluso los prodigios de dieciocho años que sólo permanecen en el candelero el tiempo suficiente para comprarse un Jaguar y un paquete de acciones. Quizá tienen una constitución más fuerte, o quizá yo soy un poco más sensible. De todos modos, cinco años han sido más que suficientes: y me alegro de que hayan terminado.
No es que - publicidad aparte - hayan sido unos años aburridos. He sobrevivido a tres tentativas de asesinato, a dos tentativas de rapto, y a una invitación a «huir» a la Unión Soviética, donde, según me prometieron, podría vivir felizmente como un millonario proletario... a cambio de pequeños trabajos de investigación nuclear, para que el trato resultara justo. Y desde luego, durante los últimos cinco años he recibido casi medio millón de cartas de «fans»: de desagrado y de admiración en una proporción de cinco a una, respectivamente.
Pero será mejor que empiece por lo que, aún sin ser el principio en el verdadero sentido de la palabra, es el punto que me izó al primer plano de la actualidad.
En abril de 1960, después de pasar algún tiempo en