En un desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin puerta ni ventana. En la única habitación (cuyo piso es de tierra y que tiene la forma de círculo) hay una mesa de madera y un banco. En esa celda circular, un hombre que se parece a ti escribe en caracteres que no comprendo un largo poema sobre un hombre que en otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en otra celda circular… El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros escriben.
Pasa y acomódate. Busca entre fechas y encuentra. Puede que haya algo para ti en el blog.
martes, 30 de diciembre de 2008
Arquitectura entre Laberintos 7
martes, 23 de diciembre de 2008
La novia mecánica
por Gerald Arthur Alper
Salió de un profundo sueño, demoníaco, convencido al fin -diez mil razones subconscientes así se lo murmuraban- que su amada era mecánica, como todas las demás. No era una cosa demasiado extravagante. Según sus recortes de periódicos, en Manhattan se habían descubierto ya tres casos. Aunque en cada uno de ellos había sido precisa una autopsia, solicitada por el engañado aunque nada receloso amante, para descubrir el fulgurante secreto.
-¿Por qué no tiene hijos? -se lamentaba, prisionero ahora de su idea, mientras se paseaba miserablemente por el bonito dormitorio del segundo piso: una de las nueve atrevidas habitaciones de la casa de campo rococó con chimenea, completada con una esplendorosa escalera, grandes vitrinas, relucientes revestimientos de espejos y un augusto patio, que un muro separaba del tráfico.
-¿O por qué está tan maravillosamente contenta?
¿Y por qué también le visitaban a él sonidos prohibidos en sus sueños: distantes aullidos de sirenas, o fuertes maullidos de gato, el tañido de una apagada campana, a veces un melodioso zumbido ascendente? Recordó un remoto sueño difuso en el cual se imaginaba a su amada, con los brazos extendidos frente a ella, el rostro congestionado y azul, babeante en su sueño, sólo que su voz chillona era, repulsivamente, la de un juguete. "¿Había sangrado alguna vez ante sus ojos? -se preguntaba-. ¿Había presenciado él alguna vez su vivo flujo de sangre?"
Sumido en tal perplejidad, apartó el florido y pesado edredón del torso de su amada -la que durante dos años había reposado serenamente así cada noche, hundida de manera parecida entre los almohadones de satén- y con ansiedad casi metafísica, la examinó desde diversos ángulos: ricitos de cabello rubio como la miel que caían desde las sienes, suaves como las de un niño, hasta los frágiles hombros, sus vehementes labios entreabiertos, una lozanía reluciente en las mejillas, brillantes párpados surcados de venitas, una piel lisa, fresca y resplandeciente.
Impetuosamente le desabrochó el quimono, bajo los reflejos de las extrañas luces de la ciudad que penetraban por la enorme ventana del dormitorio, apretó la oreja debajo del sonrosado montículo de su exquisito seno, en busca del latido de su corazón, y permaneció así tanto rato -sin oír nada excepto su propio jadeo- que por fin ella se despertó.
Perfectos ojos azules, ahora, que se abren como flores, un cuerpo sinuoso que salta carnalmente a la vida y morenos brazos ronroneantes que le atraen hacia ella, que deja desarmado a Zorn; Zorn, el napolitano, embrillantinado, jocundo idolatrador de la espontaneidad, quien, feliz de olvidar, ahoga su compulsión en la letalidad del más bestial amor de toda una noche.
domingo, 21 de diciembre de 2008
Mientras por competir…
Mientras por competir… [año 1582] - Luis de Góngora
Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano,
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;
mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
de el luciente cristal tu gentil cuello;
goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o víola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
miércoles, 17 de diciembre de 2008
viernes, 12 de diciembre de 2008
El Ordenador Encantado y el Papa Androide
Ray Bradbury
Ordenador encantado, Papa Androide,
dato almacenado, esperanza eslizoide.
Necesidad humana, sueños de horror,
alimento nocturno para el ordenador
que así cosecha ceros y suma y crece,
derriba lo perverso donde aparece
y pone de rodillas al mal osado
con un cuchillo eléctrico mal entintado.
El Papa Androide, mientras, se alza del suelo
para ir con los físicos a medio vuelo,
donde su mente eléctrica privilegiada
llama, en país de ciegos, a la cruzada,
y la fe crece, y crecen gravedad y masa,
–Andrómeda centrifuga, que luce y pasa–;
como una mosca mengua lo material
cuando el Androide sirve un té papal
al Santo de las dudas, Tomas, y a mí,
y a ti, lo tuyo, repito, lo tuyo a ti,
y monta últimas cenas con elegidos
donde los grandes físicos vuelan perdidos
y el hombre sorprendido, que no ve nada,
duda entre magnitudes, voluntad helada.
Aquí, al momento, llega, ¡hosanna!, el Papa
Ordenador y Eléctrico, Señor de un mapa
donde todo se rinde, ya sin camino,
y un gran vacío llena el hueco divino,
sin misterio, ni emblema, ni luz, ni guía,
con velos y arrogancias de nieve fría
que Dios sirve en raciones, ¡tomad, hermanos!,
en años luz de mares, lagos, pantanos,
aguas donde se ahoga, en lo mas profundo,
la mente ordenadora que escruta el mundo
sin hallar la respuesta al afán certero
del huevo o la gallina: ¿qué fue primero?
La respuesta se esconde en el ancho cielo
donde los astronautas, inútil vuelo,
suben con sus cohetes, y de esperanza
el Papa un gran castillo de fuegos lanza,
con cintas en la tripa, corriente alterna,
Galilea en metáforas, pólvora eterna,
y amasa un pan que crece y sirve un vino
que es sangre para el alma, sacro destino,
y, con palabras huecas, llena vacíos,
como un vuelo de pájaros de fuegos píos
que se agitan y funden, mensaje alado,
y así, el hombre sediento, se halla saciado.
Pero el misterio queda y al hombre sigue
una lluvia fantasma que le persigue.
Con máquinas–fábrica para artilugios,
a medias satisfecho con sus refugios
donde al doble misterio, dan voz y eco
un ordenador Mago y un Papa Hueco.
miércoles, 10 de diciembre de 2008
LOS GRANDES DESCUBRIMIENTOS PERDIDOS III: LA INMORTALIDAD
Los Grandes Descubrimientos Perdidos III
Fredric Brown
El tercer gran descubrimiento que se perdió en el siglo XX fue el secreto de la inmortalidad, descubierto por un oscuro químico de Moscú llamado Ivan Ivanovitch Smetakovsky, en 1978. Smetakovsky no dejó registrado cómo hizo su descubrimiento o cómo supo que tendría éxito antes de probarlo, por dos razones.
Tenía miedo de revelarlo al mundo porque sabía que una vez que lo ofreciera, aun a su propio gobierno, el secreto se filtraría a través del Telón de Acero y causaría el caos. La U.R.S.S. podría manejarlo, pero en las naciones bárbaras e indisciplinadas el resultado inevitable de una droga para inmortalidad sería una explosión demográfica que con toda seguridad conduciría a una agresión a los países comunistas.
Y temía emplearla en sí mismo, porque no tenía la seguridad de querer ser inmortal. Tal como estaban las cosas, incluso en la U.R.S.S., por no mencionar el resto del mundo, ¿valía la pena vivir para siempre?
Se comprometió a no dársela a nadie ni a tomarla, hasta que adoptase una decisión al respecto.
Durante ese tiempo llevó consigo la única dosis de la droga que obtuvo. Era solamente una pequeña cantidad envasada en una cápsula insoluble que podía ser escondida incluso en la boca. La sujetó a una de sus piezas dentales postizas, haciéndola descansar entre ésta y la mejilla para no correr el peligro de tragársela inadvertidamente.
De esta forma tenía la posibilidad de decidir en cualquier momento, pues no tendría más que sacar la cápsula de la boca, romperla con la uña y tragar su contenido para ser inmortal.
Así lo decidió un día cuando, después de enfermar de neumonía y ser llevado a un hospital de Moscú, comprendió, tras escuchar una conversación entre el doctor y una enfermera que pensaban erróneamente que dormía, que esperaban su muerte en un plazo de horas.
El temor a la muerte demostró ser mayor que el de la inmortalidad, cualquiera que fuesen los riesgos que ésta trajera, así es que, tan pronto como el doctor y la enfermera abandonaron la habitación, rompió la cápsula y tragó el contenido.
Esperaba, ya que la muerte parecía tan inminente, que la droga actuase a tiempo para salvarle la vida. Y la droga dio resultado, pero cuando hizo su efecto él ya había caído en un estado de semicoma y delirio.
Tres años más tarde, en 1981, todavía permanecía en el mismo estado y los médicos rusos diagnosticaron finalmente el caso y dejaron de sentirse intrigados por él.
Obviamente, Smetakovsky había tomado alguna especie de droga para hacerse inmortal, una droga que les era imposible analizar o aislar, y que le impedía morir. No cabía duda de que el efecto se prolongaría indefinidamente, si es que no era eterno.
Pero, por desgracia, la droga también hizo inmortales a los neumococos de su cuerpo, las bacterias (diplococcipneumoniae) que le causaron originalmente la neumonía y que ahora continuarían viviendo para siempre manteniéndolo en estado de coma. Por tanto, los médicos, siendo realistas y no viendo ninguna razón para prestarle atención y cuidados a perpetuidad, simplemente lo enterraron.
domingo, 7 de diciembre de 2008
Desagradable
DESAGRADABLE
Walter Beauregard fue un libertino entusiasta por espacio de casi cincuenta años. Pero ahora, a los sesenta y cinco, estaba en peligro de perder sus atributos como miembro de la unión de libertinos. ¿En peligro de perder? Seamos honestos; los había perdido. Durante los últimos tres años visitó doctor tras doctor, charlatán tras charlatán, probó brebaje tras brebaje... con resultados totalmente negativos.
Finalmente recordó sus libros de magia y nigromancia. Eran libros que se complacía en coleccionar y leer como parte de su extensa biblioteca, pero nunca los había tomado demasiado en serio; hasta ahora. No tenía nada que perder.
En un mohoso volumen encontró lo que buscaba. Tal y como rezaban las instrucciones, dibujó el pentagrama, copió los signos cabalísticos, encendió las velas y en voz alta leyó, con cuidado, el encantamiento.
Hubo un destello de luz y una columna de humo. E inesperadamente apareció el demonio. No describiré al demonio, aunque podría asegurar que no les habría gustado.
- ¿Cuál es tu nombre? - preguntó Beauregard. Trató de mantener la voz firme, pero era evidente que le temblaba un poco.
El demonio lanzó un sonido chirriante con sobretonos de contrabajo que fuera tocado con un serrucho sin filo. Dijo entonces:
- No podrías pronunciarlo. En tu parco lenguaje puede traducirse por Desagradable. Llámame así: Desagradable. Imagino que deseas lo habitual.
- ¿Qué es lo habitual? - quiso saber Beauregard.
- Un deseo, por supuesto. Muy bien, se te concederá. Pero no tres; eso de los tres deseos es pura superstición. Sólo uno. Sin embargo, no te gustará.
- Sólo uno deseo. Y no puedo imaginar que no me complazca.
- Ya lo verás. Sé cuál es tu deseo. Y esta es la respuesta. - Obsceno, extendió la mano y en ella apareció un bañador de color plateado. Se lo entregó a Beauregard, ordenándole -: Úsalo.
- ¿Qué es esto?
- ¿Esto es lo que parece. Un bañador. Pero es especial, confeccionado con un material del futuro que aparecerá unos milenios más adelante. Es indestructible; nunca se rompe ni se gasta. Buena clase, aunque el encantamiento sea bastante antiguo. Póntelo y lo comprobarás.
Es demonio se desvaneció.
Walter Beauregard se desnudó y se probó los hermosos calzones de baño. De inmediato se sintió maravillosamente bien. La virilidad se extendió por todo su cuerpo. Se sentía como un jovenzuelo emprendiendo su carrera de libertino.
Rápidamente se puso una bata y unas sandalias. (¿He mencionado que era un hombre rico? ¿Y que su casa era un pent-house en lo alto del hotel más elegante de Atlantic City? Pues así era). Bajó en su ascensor privado y salió a la lujosa piscina del hotel, que, como de costumbre estaba rodeada de bellezas en bikini, luciendo sus encantos con el pretexto de broncearse al sol, mientras esperaban proposiciones de hombres ricos como Beauregard.
Se tomó tiempo para hacer su elección, pero no demasiado.
Dos horas más tarde, vestido aún con los calzones mágicos, se sentó en el borde de la cama y miró suspirando a la hermosa rubia que yacía a su lado en el lecho, sin el bikini y profundamente dormida.
Desagradable tenía razón. Y su nombre estaba perfectamente justificado. El bañador milagroso, indestructible e irrompible, operaba a la perfección. Pero si se lo quitaba, o cuando simplemente empezaba a bajárselo...
[ F I N ]